El mismo gobierno que llegó hace más de diez años a restaurar la figura del conductor político y a asegurar el orden económico que a los ponchazos logró reacomodar, Eduardo Duhalde, se nutre hoy de una Presidenta en declive que parece preocuparse sólo por su propio espejo y que pone a trabajar de estrellas en la economía a partiquinos quienes, con mucho de laboratorio y cero de experiencia en las calles. Viven de contradicción en contradicción y arrastran a la sociedad y también al resto del kirchnerismo clásico de incertidumbre en incertidumbre.
El giro hacia la nada es tal que, mientras Cristina Fernández marca la agenda porque es ella quien tiene la misión constitucional de gobernar y los opositores hacen verónica tras verónica para evitar caer en acusaciones de golpismo, el relato actual del Gobierno se basa únicamente en inspirar lástima y son sus propios gimoteos los que le quitan capacidad de maniobra, mientras las reservas no dejan de adelgazar.
Grave pecado en política: para victimizarse de contínuo, el kirchnerismo cristinista se ha transformado en el principal difusor de que ha perdido la iniciativa.
De esta observación sobre las incoherencias propias hay pruebas a diario, pero dos ejemplos textuales sobre declaraciones que colisionan de frente muestran el grado de improvisación que hoy campea en la Casa Rosada. El primer blooper lo dejó picando el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, el viernes ante la prensa y surge de los siguientes dichos, expresados con minutos de diferencia:
- “Nosotros nos encontramos, como gobierno, solos en esta disputa; solos, absolutamente solos, luchando contra grupos económicos poderosos que pretenden establecer un sistema de precios absolutamente inconveniente a los consumidores”.
- “Un gobierno que tiene líder excluyente con legitimidad de origen de casi el 55% de los votos; mayoría en el Congreso, en diputados y senadores; mayoría de los gobernadores, con 17 gobernadores entre propios y aliados; mayoría de intendentes; mayoría de legislaturas provinciales y concejos deliberantes, implica tener un poder político efectivamente consolidado”.
Las preguntas surgen solas
Las preguntas políticas surgen solas: ¿Es necesario que para inspirar compasión un Gobierno con tamaña fortaleza objetiva se rebaje tanto? Si se corroborara lo segundo, ¿quién le podría prestar atención a lo primero? ¿O será que no es tan así lo de la consolidación, habida cuenta que gobernadores y legisladores poco dicen aún?
Un segundo ejemplo de incongruencias fue el desafortunado contrapunto que se dio nada menos que entre el Jefe de Gabinete y la propia Presidenta. Deseoso Capitanich y el Gobierno de que la gente deje los dólares marketineó a favor del sistema financiero, aunque antes había sido Cristina quien había fulminado a las entidades financieras en apenas tres tuits.
-CFK: “Parece que algunos quieren hacernos comer otra vez sopa, pero además con tenedor. Quiénes? Los mismos de siempre. Los que se quedaron con tus ahorros en el 2001 y te lo tuvimos que pagar nosotros, con el Boden 12. Los bancos: Sólo a través de ellos se pueden hacer todas las maniobras especulativas de los mercados.”
-Capitanich: “El sistema financiero tiene 81 instituciones financieras, la tasa de incobrabilidad más baja de la historia, aproximadamente con el 1,8%, tiene liquidez y solvencia... Lo que quiero transmitir es que el sistema financiero ha tenido una evolución positiva en este último tiempo”.
Vulnerabilidad al por mayor
Si la gente “puede hacer lo que quiera con su dinero y mantenerlo o no dentro del sistema”, como dijo Capitanich quizás para no enmendarle todo a Cristina y corregir aquellos sanguíneos tuits, entonces entre los boicoteadores del Gobierno deberían estar los propios K, si ellos aún se aferrasen por verticalidad a los consejos presidenciales. Vulnerabilidad por todos lados.
Ni que decir cuando Capitanich, funcionarios, legisladores y militantes recitan la lista de quienes les torcieron el brazo al Gobierno para obligarlos a devaluar. Entonces, Capitanich marcó a “exponentes políticos, sindicales, sociales y económicos, visibles e invisibles” y al campo lo sumó por su “avaricia” y la Presidenta hizo lo propio con “los medios concentrados” y todos ellos fueron considerados culpables de promover “una estrategia de desestabilización permanente con el objetivo de propiciar lo que nosotros no queremos, que es un ajuste de carácter social tendiente a generar exclusión social y obviamente perjudicar a los argentinos”. Lo que el Gobierno, decidido a que sea el sector privado el que pague el ajuste, igual ejecuta. Ya se sabe que el kirchnerismo no tolera que nadie la marque la cancha y hacer tan explícito su afán de mostrarse como víctima ante todos los que no piensan igual es la mejor manera de que se la sigan marcando, poniendo en evidencia frente a la sociedad el tiempo y las energías que se pierden en denunciar las supuestas conspiraciones. Algo similar sucedía con Guillermo Moreno: cuando era el niño terrible que bajaba cualquier rating, la oposición invariablemente pedía su renuncia, sólo para que no lo echaran y para que su accionar continuara siendo el principal lastre de la Presidenta.
Cambios de discurso
Sin embargo, por más que el día a día se sumen más elementos de chapucería comunicacional que hacen al momento de desbande que vive el Gobierno, los cambios de discurso se hacen más notorios si se mira en perspectiva la década kirchnerista. En la primera parte, el relato usó de conejillo de Indias a una parte de la sociedad (que se dejó tomar de rehén), para embarcarla en un proyecto populista de economía cerrada y de Nación peleada con todos, justo en el momento en que los inversores más querían abrazarse a países como la Argentina. Ahora, cuando la aguja viene girando y se observa que ya los vientos no soplan para estas playas, los actuales ejecutores de la política económica quieren restaurar de la noche a la mañana y tapándose la nariz, lo mismo que el modelo se ocupó de demoler durante tantos años: la confianza del mundo.
Incertidumbre manifiesta
Lo cierto es que el modelo cruje y que hay incertidumbre manifiesta por las tasas de interés, de devaluación y de inversión y que todo eso tiene parados los negocios. El Gobierno finge no entender que la gente quiere protegerse y que por eso algunos compran dólares y otros no venden soja. La falta de credibilidad llevó a que la Argentina siga teniendo el costo de seguro contra default más caro del mundo.
Hasta el Nobel Paul Krugman, otro mimado de la Rosada, acaba de sumarse a los críticos y bien podría ser agregado en estos días a la de los demonios con “intereses mezquinos y corporativos”, como así también el New York Times, que destacó en su tapa el descalabro argentino.
Justamente, los gobernadores, a quienes Capitanich mencionó como sostenedores de la fortaleza gubernamental, han empezado a moverse. Aún están lejos de promover un documento de 14 puntos como aquel que le dio aire político a Duhalde, pero su fidelidad al modelo está poniéndose a prueba. El bonaerense Scioli distribuyendo esa foto con Blejer y diciendo que se vive un “momento sensible” como punto de partida de “una nueva etapa de desarrollo para el país”, los mandatarios de Mendoza, Río Negro y Catamarca ordenando severos ajustes en los gastos provinciales y el de Neuquén tildando a la inflación de “enemigo”.
Muchos gobernadores han empezado a armar una estrategia común para responder las demandas de estatales, ya que saben que ahora vendrá un alud de reclamos salariales. Además, muchas provincias (e YPF también) están preocupadas porque la devaluación les pega como tomadores de deuda ajustada por el valor del dólar oficial. Si al 20 de noviembre debían $100, ahora su deuda pasó a ser de 132. A otro aliado, el gobernador de Misiones, Maurice Closs, se le ocurrió advertir sobre los parecidos con 2001 y entonces lo mandaron a aclarar lo inaclarable y a echarle la culpa a la prensa. Todo su pecado fue convocar a “un acuerdo político, social y económico para pasar el 2014”, pero ya se sabe que esas cosas no tienen cabida en el orgulloso léxico K.
En condiciones de debilidad objetiva, hoy el Gobierno pelea una supuesta guerra que él mismo provocó y deja flancos continuamente abiertos. Así, el ministro de Economía, Axel Kicillof, se ha transformado en un monstruo al que casi todos quieren descabezar, mientras que los desmanejos de los últimos dos meses y sus continuos traspiés se han llevado por la alcantarilla de la política al presidenciable Capitanich.